La Divina Enfermedad de la Juventud (Parte 2)

Emma Godoy

Hormonas, cambios y responsabilidades

Son pues inevitables dichas amarguras. Pero hay más, mucho más. Nuestro estado de ánimo depende en grandísima parte de las hormonas y chalonas que secretan las glándulas endocrinas (hipófisis, epífisis, tiroides...) un miligramo de más o de menos en la sangre, nos cambia el humor y hasta podría volvernos locos. Pues bien, el paso de la niñez a la juventud consiste precisamente en la puesta en marcha de las glándulas sexuales. Tal irrupción nueva de sustancias tan poderosas en la corriente sanguínea provoca estados mentales extraños, a veces febriles, a veces depresivos. Como que el "yo" ya no se reconoce a sí mismo por sus cambios tan bruscos. El muchacho no se encuentra, no se reconoce, a ratos le parece que son muchas las personas dentro de el y que no cuenta con ninguna. Los jóvenes se sienten pues, temerosos, débiles, desorientados. Algunos suelen expresarlo con la agresión como animales heridos, atacando a mordidas a quienes se les acercan. Otros se aturden con mucho ruido en la radio, o yendo a diversiones sin parar. Mas de pronto, especialmente cuando se quedan quietos y solos, caen en la más pesada de las melancolías. Nada les importa. Todo les da igual. La existencia no tiene interés alguno.

De ese estado de ánimo cambiante, exaltado o depresivo, anisoso siempre, derivan otros problemas como el de la indecisión de la voluntad. ¡Ah, cómo se sufre cuando a cada paso la vida fuerza a uno a tener que decidir algo: y un ratito uno piensa que si y a la hora siguiente piensa que no, y después que siempre sí! ¡Qué rabia da contra uno mismo!
La mayoría de los jóvenes padecen de indecisión. No sabe lo que quiere. Entonces prefieren hacer lo que en ese preciso momento desean, es decir, su capricho, antes de que se les pase la ventolera. Después harán lo contrario, y así sucesivamente. Esto molesta muchísimo a los adultos, pero molesta más a quien lo padece. El joven no puede depositar su confianza en sí mismo, pues sabe que lo traicionará fácilmente su vulnerabilidad. ¡Y qué duro es saber que ni de sí mismo se puede confiar!

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